El tren de los recuerdos se pone en marcha nuevamente, en esta ocasión, la siguiente parada es la trigésima novena edición del Super Bowl, donde los Pats conseguirían coronarse en años consecutivos, además de conseguir el tercer campeonato de la franquicia.
Mejor: Harrison sella la victoria
Para no perder lo que se volvió una costumbre, nuestros Pats nos hacían sufrir hasta el último segundo y mantenernos al borde nuestros asientos, y este Super Bowl, no fue la excepción.
Después de un intento fallido de onside kick, New England tomaba el ovoide buscando sellar el triunfo, sin embargo, no lograrían conseguir el primer down que permitiera terminar el partido, por lo que le devolverían el ovoide a la ofensiva de Philadelphia con menos de un minuto por jugar.
Contario a las victorias pasadas, ahora la responsabilidad recaía en manos de la defensiva, y demostraron estar a la altura de las circunstancias, en primera oportunidad Eagles consiguió una sola yarda, en la segunda la defensiva forzó un pase incompleto, pero la gran jugada llegó en tercer down, cuando McNabb buscaba conectar con Smith, Rodney Harrison tenía otros planes, se robaba el balón y le daba a New England su tercer anillo de campeón.
Peor: McNabb pone a sufrir a New England
Al inicio del último cuarto, el marcador se encontraba empatado, pero, de la mano de Corey Dillon y de Adam Vinatieri, a la mitad del último cuarto, los Patriots tomaron ventaja de diez puntos, considerando que quedaba prácticamente solo la mitad del último cuarto, parecía que podrían cerrar el partido con relativa calma, pero, nuevamente no sería así, y los Pats nos pondrían a sufrir.
Después de dos ofensivas, una de cada equipo, que terminaron sin producir puntos, con 5:40 por jugar, la ofensiva de Philadelphia entraba el campo en busca de puntos que diera esperanza a Eagles, y así lo hicieron, después de cuatro minutos, McNabb llevaba hasta las diagonales a su equipo, reduciendo a solo tres la ventaja de Pats, y poniendo a sudar a New England, entregándonos otro final dramático.
Por: Fernando Rabadán Abundez
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